Fotos

El cielo oscuro se extiende sobre sus cabezas, cubierto de miles de millones de puntitos luminosos. La hierba acaricia los brazos de Álex y la cadera de Irene. Tumbados, buscando dibujos uniendo estrellas, mientras la brisa primaveral les acaricia el pelo.
-¡Mira, eso parece un pez!- dice Irene, con la cabeza apoyada en el pecho de Álex.
-¿Dónde?
-Allí,¿no lo ves? Menos mal que llevas gafas- se ríe alegre.
-¡Oye, no te burles de mí! Por cierto,- Álex saca algo de la mochila- esto es para ti.
-¿Una cámara?
-Sí, para que fotografíes todo lo que no quieras olvidar.
Irene se levanta, le enfoca con la cámara. Aprieta el botón.

Nunca se te dio bien mentir, Marina

Marina se cepilla el pelo delante del espejo de su habitación. Desenreda cada mechón castaño una y otra vez, hasta dejarlos completamente lisos. Solo se escucha el roce del cepillo y el cabello. Marina vive sola para no dar explicaciones de lo que hace o deja de hacer. El timbre del teléfono la despierta de su ensimismamiento.
-¿Sí?
-¡Hola, Marina! Soy Daniel.
-¡Ah, Daniel! Cuanto tiempo.
-Oye, ¿te apetece que vayamos a desayunar? Podemos ir a la cafetería de la esquina.¿Quedamos allí?
-Vale. Hasta luego.
Camina hacia el café, con su vestido rojo sin mangas y los zapatos y las medias negras, sintiendo el sol en la cara.
Daniel ya está sentado, esperándola. Se ha quedado sorprendido al verla.
-Vaya, estás muy delgada Marina.
Ella sonríe y se sienta frente a él. El camarero trae dos tazas de café y una porción de pastel.
-He pedido tarta de fresa, sé que siempre te ha gustado.
-Gracias- sus mejillas se tiñen del color del vestido.
-Venga, pruébala.¿O es que sigues con la tontería de no comer?
-No, es que ahora no me apetece. Luego me la como- la envuelve en una servilleta y se lo guarda en el bolsillo de la chaqueta. Vuelve a sonreír.
-Nunca se te dio bien mentir, Marina. Aunque hagas que se me olvide todo con esa sonrisa.

Ni aunque se nos acabe la carretera

He metido en la maleta cuatro botes de caramelo, ochenta hojas de papel, siete bolis de colores y muchos paquetes de klínex para las once películas que he puesto entre mis calcetines de rayas. He intentado que entrara también el gato, pero me ha arañado y me ha bufado mientras caminaba hacia su cojín con los bigotes estirados, así que he cogido tiritas por si a ti se te han acabado. Me he colgado la cámara al cuello, los miles de carretes están dentro de los zapatos, en la maleta. Voy a comprarle una correa al gato, como la de los perros, porque aunque no le guste, ya sabes lo remilgado que es el minino, se viene conmigo. No se me olvidan las ganas de verte, esas las guardo en el bolsillo de la chaqueta. Y no se me van a gastar, ni aunque dentro de quince minutos huyamos juntos y se nos acabe la carretera.

Pastillas

Se ha tomado todas las pastillas que se ha encontrado en el cajón de las medicinas del baño. Prozac, aspirinas e incluso las grageas para la tos. Los botes y envoltorios de las píldoras esparcidos sobre las baldosas del suelo rodean su cuerpo, pálido, helado.
-¡Victoria, sal del baño de una maldita vez! Tienes que ir a buscar a tu hermano al colegio.¿Me estás oyendo, Victoria?
Su madre abre la puerta, grita. El miedo se apodera de ella, no sabe qué hacer. Abraza el cuerpo de su hija, que apenas respira.