Desayuno

Victoria, sentada en la cocina, da vueltas con la cucharilla su taza de leche. Delante, sobre la mesa, las magdalenas y las tostadas le gritan que las devore. Deja la cucharilla a un lado y estira el brazo para coger una. Su madre entra fugaz, como todas las mañanas. Se bebe su café mientras se pone el abrigo, deja el vaso en el fregadero y , tras besar a Victoria en la frente, sale a la calle. El sonido de la puerta despierta a Victoria. Deja la tostada en el plato de nuevo, se levanta y observa cómo el desagüe traga el contenido de su taza.

Cosquillas y tortitas

Me gusta hacer tortitas los domingos por la tarde y cubrirme de harina hasta los codos. Me encantan con nata y mermelada de cerezas, aunque siempre guardo en la nevera una botella de caramelo y les dibujo caritas felices para ti. Me saben más dulces si estás tú haciéndome cosquillas en la cocina. Me río tanto que acabo sin poder respirar, te asusta, pero te ganas un beso en los labios y un abrazo enorme de los que te endulzan hasta los huesos.

Bailando bajo el paraguas verde


La lluvia mojaba su cara y caía por su pelo, recorriendo sus rizos. Estaba sentada en el banco del parque esperando poder recordar por qué no sonreía y no le apetecía bailar. Sentía que le faltaba algo, pero no sabía el qué. Puede que fuese el brillo del sol lo que le daba las ganas de bailar, o las mariposas azules que revoloteaban a su alrededor. De repente dejó de mojarse, aunque aún llovía. Irene levantó la cabeza, un paraguas verde la cubría por completo. El chico del paraguas se sentó junto a ella en el banco, sin decir nada. Irene entrelazó sus dedos con los del chico, se levantó y, con una sonrisa, empezó a bailar con él.

Insomnio

No puede dormir de noche. Camina por las calles buscando leones que la quieran hacer su presa, o gacelas que se dejen cazar por una leona hambrienta. Quisiera sentir mariposas en el estómago, pero hoy necesita sexo y lujuria en el baño de un pub o en la oscuridad de un callejón. Le encantaría volver a sentir sus labios en la mejilla, pero Elisa es realista y se gana la vida sin dormir.

Marina canta porque tiene hambre

En la ducha. En la cama. En el sofá. En la calle. En el coche. En la cocina. En el parque. Marina entona sintonías inventadas para olvidar el hambre, para no pensar en comida. Si le rugen las tripas, canta más alto hasta que deja de oírlas. Marina tapa las ventanas con cortinas y salta sobre los charcos de la acera para no reflejarse. No quiere verse. Siempre lleva un mechero encima, un trozo de papel y un bolígrafo. Escribe lo que quiere comer, lo arruga y lo prende fuego. Marina quiere ser como las modelos, por eso canta, salta y prende fuego.

Sonrisas, miradas y camisetas blancas que no tapan nada.

Siempre dices lo primero que se te pasa por la cabeza. Sonríes con tantas ganas que me haces reír a mi también. Y te sientas sobre la mesa vestida únicamente con una camiseta blanca que deja ver casi el final de tus muslos. Entonces es cuando me miras mordiéndote el labio y con destellos de lujuria en los ojos, como diciendo fóllame. Y lo hago, ahí sobre la mesa y con tu camiseta blanca, te follaría siempre y no me cansaría.

Nieve

Nieva, y mi corazón se congela. Me hago pequeñita y vuelo con los copos, bailo entre ellos y me dejo llevar por el viento. Quizá el aire me lleve a algún lugar calentito y reconfortante, a lo mejor me mete en una cama cubierta de muchas mantas que me aplasten hasta que se vaya el frío. Puede que me lleve a una playa tropical a tomar el sol o a una casita en la montaña con una chimenea gigante en la que derretir la nieve. Tal vez me lleve a tu corazón, seguro que no está helado como el mío, para que me abriguen tus latidos y aunque nieve, no tendré frío.

Peces de colores

El acuario de Irene está lleno de peces de colores. Le divierten las burbujas, aunque no recuerda por qué. Tampoco recuerda que no hay día que no baje al parque, camina un par de veces y baila mirando a las nubes. Mientras gira sobre sí misma dedica mil sonrisas al chico del cuaderno verde. Siempre que le ve piensa que debe oler a nata y a nueces acorde con su colonia de melocotón, pero nunca se acuerda. La memoria de Irene es corta como la de los peces de su acuario.

20:30

Ocho y media. Ismael llama a la puerta. Abre una chica rubia, vestida con una camiseta que a penas le tapa los muslos. Le invita a pasar hasta la habitación. Allí juegan en la cama, bailan con el calor entre el sudor. Gritan y cantan hasta terminar sus ganas.
Ocho cincuenta y cinco. Ismael se viste mientras Elisa sigue desnuda en la cama. Deja el dinero sobre la mesilla y , antes de salir, se atreve a algo que lleva tiempo queriendo hacer. La besa en la mejilla, dejándola sola y sorprendida.