Le duelen hasta la pestañas, tan bonitas y largas

Le duele cada músculo del cuerpo. Le duelen hasta las pestañas, tan bonitas y largas.
Está sentada en suelo, rodeada de cristales, folios y mantas, mirando las nubes por la ventana. Las baldosas de mármol le pellizcan los pies y el borde de las bragas. Ha llorado, gritado y saltado sobre la cama mientras destrozaba las almohadas y los recuerdos que guardaba en cajas. Ha intentado deshacerse de los que tenía impregnados en su piel, las caricias entre las sábanas y los olores en el pelo. Ha arañado sus entrañas borrando la felicidad y el dolor. Su gato ha observado cómo desataba su furia y duerme entre los restos de una vida que será olvidada. Ha destrozado la habitación, no ha luchado contra la ira, pero nunca se había sentido mejor.

¡Que te vayas, joder!

Dejó el billete y la tarjeta de crédito en la mesilla de noche. La cocaína le quemaba la nariz y las ganas le ardían en la sangre. Ismael entró en la habitación, se tumbó junto a ella y la besó en el cuello y en los labios. Elisa le rodeó con las piernas y le atrajo hacia sí. Tenía ganas de follar, por primera vez tenía ganas, y hoy tocaba con Ismael. Follaron contra la pared, en el suelo, entre las sábanas. A Elisa se le nubló la vista, dejó de oír sus gemidos, sólo sentía calor y le gustaba.
Su pelo rubio se le pegaba en la cara perlada de sudor, mientras Ismael le acariciaba e intentaba recuperar la respiración. Se mordió el labio y se acercó a él.
-Elisa, te sangra la nariz.
-¿Qué?-saltó de la cama, desnuda, y corrió hacia el baño.-¡Mierda!
-¿Estás bien?- la preocupación crecía en cada palabra.
-¡Vete!
-Pero…
-¡Que te vayas, joder!
Ismael simplemente observó la puerta.

Esperando el autobús

Sentada en el banco Marina espera el autobús. El vestido de tirantes blanco marca cada una de sus vértebras y destapa, travieso, sus muslos. Sus piernas, de rodillas huesudas, se balancean porque no llega a tocar el suelo con sus botas de agua rojas.
Un desconocido se sienta a su lado, huele a tabaco y a alcohol. No deja de observar el final del vestido de Marina y su media melena castaña.
-¡Buenas noches, preciosa!¿Te apetece tomar una copa conmigo?
-Lo siento, no bebo.-responde sin levantar la vista de sus pies.
-¿Prefieres un café?
-No me gusta el café.
-¿Y si te invito a cenar me vas a decir que no comes?
-Exacto. No como.-sacó su mechero del bolsillo del vestido, sonriendo, y empezó a jugar.

Verde,porque es el color de tus ojos

Irene se columpiaba bajo el radiante sol de la primavera. Sus rizos parecían arder y Álex, desde su banco, disfrutaba de la imagen. No pudo evitar sonreír a la chica. Irene sintió hormiguitas en el estómago. Saltó del columpio, aún en movimiento, y se sentó en el banco junto a Álex.
-Hola. Me llamo Irene- dijo sonriendo, un poco ruborizada- ¿y tú?
-Encantado de conocerte, Irene. Yo soy Álex.
-¡Que nombre más bonito! Es una pena que mañana no lo vaya a recordar, sufro pérdida de memoria parcial- cogió aire, sin dejar de sonreír- ¿cuál es tu color favorito?
-Eh…el…el verde- respondió sorprendido.
-¿Por qué?
-Porque es el color de tus ojos.
La curiosidad dibujada en la cara de Irene se transformó en asombro y felicidad. Pidió con todas sus fuerzas no olvidar ese momento jamás.

Abrázame

Necesito abrazos, abrazos que me quiten el frío y las ganas de llorar. Abrazos, entre las sábanas, que me ayuden a dormir. Abrazos con sonrisas y besos en la frente. Abrazos que se me queden en la piel y no se vayan ni con agua ni jabón. Que me curen las heridas aunque escuezan como mil demonios, aunque me aplasten los huesos y no pueda respirar. Abrazos aunque llueva, nieve o haga sol. Necesito abrazos, necesito tus abrazos.

Tu olor me muerde la nariz

Te vas y te robo tu olor, lo meto conmigo en la cama para que me abrace, enrollada en las sábanas, y me arrope y juegue conmigo, pasando las horas hasta que vuelvas de nuevo. Entonces serás tú el que me abrace, me arrope y juegue conmigo toda la noche hasta que tengas que irte otra vez. Y volveré a robar tu olor, que me morderá la nariz y se acomodará en mis pulmones.

Volar lejos

Ismael camina bajo la lluvia, pensando que le gustaría volar lejos. Se llevaría a Elisa y le acariciaría cada hueso. Volarían a algún lugar en el que no hubiera nadie más. Por la noche y por el día acariciaría su melena rubia, le tocaría las tetas y navegaría entre sus piernas. No la compartiría con ningún otro. Todas las curvas, los gemidos, los suspiros, serían solo suyos.