¿Lo tomas o lo dejas?

- ¡Marta! ¿Quieres escucharme y dejar de decir estupideces?- grita Iván. La chica le mira enfadada, apretando los dientes.
- Estoy harto de que te comportes así.
- ¿Así, cómo?- le espeta entrecerrando los ojos.
- Así de cabezota, Marta.
- Es que lo soy. Soy cabezota, caprichosa, estúpida, celosa, cotilla, inestable, cobarde, llorona, borde, arrogante, orgullosa, agresiva, desquiciada y un montón de cosas más. Así que tú verás, ¿lo tomas o lo dejas?

Flores de papel

Irene corre bajo la lluvia, que le pega el vestido verde al cuerpo. Le da un escalofrío al sentir el aire contra su piel mojada. Sonríe, es una sensación agradable. La gente la mira como si estuviera loca por correr con la que está cayendo, pero Irene tiene una buena razón. Los post-it amarillos cubrían cada rincón de su casa para recordarle su cita.
Álex espera en el cobijo de un árbol. El parque está desierto, las madres se han llevado a los niños que se columpiaban y jugaban al empezar a llover. Álex no se ha movido, ni piensa moverse aunque se cale hasta los huesos.
Irene aparece. Álex sonríe y le tiende un ramo de flores. Irene observa que, aun siendo de papel, no están mojadas. Álex se acerca, e Irene le besa.

Chinchetas

Marta tiene el corazón cubierto de chinchetas, una por cada vez que le hacen daño. Una por cada excusa de Lucía, otra por las disculpas inexistentes de Iván e incluso alguna que se ha puesto ella misma. Esta mañana se ha llenado el último hueco que le quedaba y, como ya estaba harta de los pinchazos, ha guardado el corazón en una caja y lo ha metido bajo la cama. Ha saltado por la ventana y ha volado entre los rayos de la tormenta eléctrica mientras disfruta del verano.

Amaneceres fríos

Vuelve a casa con las primeras luces del amanecer, las medias rasgadas, los tacones sucios y el alma dolorida. El rimel ya no pinta sus pestañas, ahora mancha sus mejillas. Lo único que sigue intacto es el carmín de sus labios porque nadie la ha besado. A Elisa es lo que menos le importa, siempre y cuando le llenen los bolsillos. Saca las llaves en la puerta de su casa y tiritan de frío. Se apresura a revisar el contestador de su teléfono, solo hay algunos mensajes indecentes, pero ninguno suyo. Se desanima más si cabe y se mete bajo las sábanas, lleva semanas sin probar la coca y, lo que más la duele aunque no lo quiera reconocer, sin probarle a él. Nunca admitirá que le echa de menos, nunca se atreverá a decir en voz alta que se enamoró de él nada más entrar por la puerta.

Césped recién cortado, tormentas de verano, mariposas en el estómago, el amanecer a las seis y veintiuno, una cesta llena de gatitos durmiendo junto a una estufa, un chapuzón contra el calor, un polo de limón fresquito, un orgasmo, una ducha caliente en invierno, nieve en el alfeizar de la ventana, ir a ciento cuarenta kilómetros por hora, carcajadas con dolores de mandíbula, colonia de vainilla, un café helado con caramelo, agua escapándose entre los dedos, zumo de naranja recién exprimido, las nubes blancas y esponjosas, peces de colores, estrellas, flores de loto y tulipanes, verte saltar diez metros y comprobar que sigues vivo. Todas las cosas bonitas del mundo. Tú.

Culpa

-Señora Campos. Le hemos practicado a Victoria un lavado de estómago, se pondrá bien.
-¡Oh, gracias a Dios!- solloza.
-Pero… Victoria tiene claros síntomas de bulimia. Puede que lo mejor para ella sea internarla en un centro especializado, después de hablar con el psicólogo del hospital, por supuesto.
Su hija, bulímica. Cómo no se había dado cuenta antes, por qué en vez de gritarla y regañarla no se había molestado en escucharla.
Se siente culpable, su falta de atención le había llevado al intento de suicidio.
Llora agarrada de la mano de su hija, mientras Victoria sueña con globos de colores y canciones de las que te hacen dar vueltas hasta marearte.

Polos de limón

El sol entra por la ventana, acariciando el lomo de mi gato que duerme estirado sobre la cama. Te tumbas sobre el suelo de baldosas fresquito y te comes un polo de limón mientras mueves los dedos de los pies. Me distraen tus uñas pintadas de azul, tus largas piernas bronceadas, tu lengua recorriendo ese helado amarillo. Se me eriza la piel, te quito el polo de las manos y te beso, lleno de calor. Un calor que no se quitaría ni con mil cubitos de hielo.

Cuentos de bar

-Oye, guapa.¿Por cuánto me comes la polla?
Elisa deja la copa sobre la barra del bar y observa de arriba abajo al borracho frente a ella.
-No creo que te quede dinero para pagarlo- responde reprimiendo la cara de asco. Ismael la mira desde el otro lado del local.
-Venga, muñeca. Chúpamela un rato-dice acercándose más.
-Que no, anda déjame en paz.
El hombre le agarra del brazo y tira de él hasta levantarla del taburete. Ismael corre hacia ella.
-¡Suéltala!-grita propinándole un puñetazo justo en el centro de la cara apresurándose por sacar a Elisa de allí.
-¡Suéltame tú! Sé cuidarme sola, no necesito a ningún tío con complejo de héroe. Y ahora lárgate antes de que ese borracho reaccione y salga a darte una paliza.
-Claro que me necesitas Elisa. Si no hubiese llegado ahora mismo tú…
-¿Pero qué te crees?¿Piensas que por follarme un par de veces ya me conoces?¿Crees que eres un príncipe que salva princesas? Porque no lo soy, Ismael. Soy todo lo contrario.
-Yo podría hacerte sentir como una princesa. Construiría un castillo para ti si me lo pidieras. Porque te quiero, Elisa. Te quiero y eso no va a cambiar.

Fotos

El cielo oscuro se extiende sobre sus cabezas, cubierto de miles de millones de puntitos luminosos. La hierba acaricia los brazos de Álex y la cadera de Irene. Tumbados, buscando dibujos uniendo estrellas, mientras la brisa primaveral les acaricia el pelo.
-¡Mira, eso parece un pez!- dice Irene, con la cabeza apoyada en el pecho de Álex.
-¿Dónde?
-Allí,¿no lo ves? Menos mal que llevas gafas- se ríe alegre.
-¡Oye, no te burles de mí! Por cierto,- Álex saca algo de la mochila- esto es para ti.
-¿Una cámara?
-Sí, para que fotografíes todo lo que no quieras olvidar.
Irene se levanta, le enfoca con la cámara. Aprieta el botón.

Nunca se te dio bien mentir, Marina

Marina se cepilla el pelo delante del espejo de su habitación. Desenreda cada mechón castaño una y otra vez, hasta dejarlos completamente lisos. Solo se escucha el roce del cepillo y el cabello. Marina vive sola para no dar explicaciones de lo que hace o deja de hacer. El timbre del teléfono la despierta de su ensimismamiento.
-¿Sí?
-¡Hola, Marina! Soy Daniel.
-¡Ah, Daniel! Cuanto tiempo.
-Oye, ¿te apetece que vayamos a desayunar? Podemos ir a la cafetería de la esquina.¿Quedamos allí?
-Vale. Hasta luego.
Camina hacia el café, con su vestido rojo sin mangas y los zapatos y las medias negras, sintiendo el sol en la cara.
Daniel ya está sentado, esperándola. Se ha quedado sorprendido al verla.
-Vaya, estás muy delgada Marina.
Ella sonríe y se sienta frente a él. El camarero trae dos tazas de café y una porción de pastel.
-He pedido tarta de fresa, sé que siempre te ha gustado.
-Gracias- sus mejillas se tiñen del color del vestido.
-Venga, pruébala.¿O es que sigues con la tontería de no comer?
-No, es que ahora no me apetece. Luego me la como- la envuelve en una servilleta y se lo guarda en el bolsillo de la chaqueta. Vuelve a sonreír.
-Nunca se te dio bien mentir, Marina. Aunque hagas que se me olvide todo con esa sonrisa.

Ni aunque se nos acabe la carretera

He metido en la maleta cuatro botes de caramelo, ochenta hojas de papel, siete bolis de colores y muchos paquetes de klínex para las once películas que he puesto entre mis calcetines de rayas. He intentado que entrara también el gato, pero me ha arañado y me ha bufado mientras caminaba hacia su cojín con los bigotes estirados, así que he cogido tiritas por si a ti se te han acabado. Me he colgado la cámara al cuello, los miles de carretes están dentro de los zapatos, en la maleta. Voy a comprarle una correa al gato, como la de los perros, porque aunque no le guste, ya sabes lo remilgado que es el minino, se viene conmigo. No se me olvidan las ganas de verte, esas las guardo en el bolsillo de la chaqueta. Y no se me van a gastar, ni aunque dentro de quince minutos huyamos juntos y se nos acabe la carretera.

Pastillas

Se ha tomado todas las pastillas que se ha encontrado en el cajón de las medicinas del baño. Prozac, aspirinas e incluso las grageas para la tos. Los botes y envoltorios de las píldoras esparcidos sobre las baldosas del suelo rodean su cuerpo, pálido, helado.
-¡Victoria, sal del baño de una maldita vez! Tienes que ir a buscar a tu hermano al colegio.¿Me estás oyendo, Victoria?
Su madre abre la puerta, grita. El miedo se apodera de ella, no sabe qué hacer. Abraza el cuerpo de su hija, que apenas respira.

Le duelen hasta la pestañas, tan bonitas y largas

Le duele cada músculo del cuerpo. Le duelen hasta las pestañas, tan bonitas y largas.
Está sentada en suelo, rodeada de cristales, folios y mantas, mirando las nubes por la ventana. Las baldosas de mármol le pellizcan los pies y el borde de las bragas. Ha llorado, gritado y saltado sobre la cama mientras destrozaba las almohadas y los recuerdos que guardaba en cajas. Ha intentado deshacerse de los que tenía impregnados en su piel, las caricias entre las sábanas y los olores en el pelo. Ha arañado sus entrañas borrando la felicidad y el dolor. Su gato ha observado cómo desataba su furia y duerme entre los restos de una vida que será olvidada. Ha destrozado la habitación, no ha luchado contra la ira, pero nunca se había sentido mejor.

¡Que te vayas, joder!

Dejó el billete y la tarjeta de crédito en la mesilla de noche. La cocaína le quemaba la nariz y las ganas le ardían en la sangre. Ismael entró en la habitación, se tumbó junto a ella y la besó en el cuello y en los labios. Elisa le rodeó con las piernas y le atrajo hacia sí. Tenía ganas de follar, por primera vez tenía ganas, y hoy tocaba con Ismael. Follaron contra la pared, en el suelo, entre las sábanas. A Elisa se le nubló la vista, dejó de oír sus gemidos, sólo sentía calor y le gustaba.
Su pelo rubio se le pegaba en la cara perlada de sudor, mientras Ismael le acariciaba e intentaba recuperar la respiración. Se mordió el labio y se acercó a él.
-Elisa, te sangra la nariz.
-¿Qué?-saltó de la cama, desnuda, y corrió hacia el baño.-¡Mierda!
-¿Estás bien?- la preocupación crecía en cada palabra.
-¡Vete!
-Pero…
-¡Que te vayas, joder!
Ismael simplemente observó la puerta.

Esperando el autobús

Sentada en el banco Marina espera el autobús. El vestido de tirantes blanco marca cada una de sus vértebras y destapa, travieso, sus muslos. Sus piernas, de rodillas huesudas, se balancean porque no llega a tocar el suelo con sus botas de agua rojas.
Un desconocido se sienta a su lado, huele a tabaco y a alcohol. No deja de observar el final del vestido de Marina y su media melena castaña.
-¡Buenas noches, preciosa!¿Te apetece tomar una copa conmigo?
-Lo siento, no bebo.-responde sin levantar la vista de sus pies.
-¿Prefieres un café?
-No me gusta el café.
-¿Y si te invito a cenar me vas a decir que no comes?
-Exacto. No como.-sacó su mechero del bolsillo del vestido, sonriendo, y empezó a jugar.

Verde,porque es el color de tus ojos

Irene se columpiaba bajo el radiante sol de la primavera. Sus rizos parecían arder y Álex, desde su banco, disfrutaba de la imagen. No pudo evitar sonreír a la chica. Irene sintió hormiguitas en el estómago. Saltó del columpio, aún en movimiento, y se sentó en el banco junto a Álex.
-Hola. Me llamo Irene- dijo sonriendo, un poco ruborizada- ¿y tú?
-Encantado de conocerte, Irene. Yo soy Álex.
-¡Que nombre más bonito! Es una pena que mañana no lo vaya a recordar, sufro pérdida de memoria parcial- cogió aire, sin dejar de sonreír- ¿cuál es tu color favorito?
-Eh…el…el verde- respondió sorprendido.
-¿Por qué?
-Porque es el color de tus ojos.
La curiosidad dibujada en la cara de Irene se transformó en asombro y felicidad. Pidió con todas sus fuerzas no olvidar ese momento jamás.

Abrázame

Necesito abrazos, abrazos que me quiten el frío y las ganas de llorar. Abrazos, entre las sábanas, que me ayuden a dormir. Abrazos con sonrisas y besos en la frente. Abrazos que se me queden en la piel y no se vayan ni con agua ni jabón. Que me curen las heridas aunque escuezan como mil demonios, aunque me aplasten los huesos y no pueda respirar. Abrazos aunque llueva, nieve o haga sol. Necesito abrazos, necesito tus abrazos.

Tu olor me muerde la nariz

Te vas y te robo tu olor, lo meto conmigo en la cama para que me abrace, enrollada en las sábanas, y me arrope y juegue conmigo, pasando las horas hasta que vuelvas de nuevo. Entonces serás tú el que me abrace, me arrope y juegue conmigo toda la noche hasta que tengas que irte otra vez. Y volveré a robar tu olor, que me morderá la nariz y se acomodará en mis pulmones.

Volar lejos

Ismael camina bajo la lluvia, pensando que le gustaría volar lejos. Se llevaría a Elisa y le acariciaría cada hueso. Volarían a algún lugar en el que no hubiera nadie más. Por la noche y por el día acariciaría su melena rubia, le tocaría las tetas y navegaría entre sus piernas. No la compartiría con ningún otro. Todas las curvas, los gemidos, los suspiros, serían solo suyos.

Desayuno

Victoria, sentada en la cocina, da vueltas con la cucharilla su taza de leche. Delante, sobre la mesa, las magdalenas y las tostadas le gritan que las devore. Deja la cucharilla a un lado y estira el brazo para coger una. Su madre entra fugaz, como todas las mañanas. Se bebe su café mientras se pone el abrigo, deja el vaso en el fregadero y , tras besar a Victoria en la frente, sale a la calle. El sonido de la puerta despierta a Victoria. Deja la tostada en el plato de nuevo, se levanta y observa cómo el desagüe traga el contenido de su taza.

Cosquillas y tortitas

Me gusta hacer tortitas los domingos por la tarde y cubrirme de harina hasta los codos. Me encantan con nata y mermelada de cerezas, aunque siempre guardo en la nevera una botella de caramelo y les dibujo caritas felices para ti. Me saben más dulces si estás tú haciéndome cosquillas en la cocina. Me río tanto que acabo sin poder respirar, te asusta, pero te ganas un beso en los labios y un abrazo enorme de los que te endulzan hasta los huesos.

Bailando bajo el paraguas verde


La lluvia mojaba su cara y caía por su pelo, recorriendo sus rizos. Estaba sentada en el banco del parque esperando poder recordar por qué no sonreía y no le apetecía bailar. Sentía que le faltaba algo, pero no sabía el qué. Puede que fuese el brillo del sol lo que le daba las ganas de bailar, o las mariposas azules que revoloteaban a su alrededor. De repente dejó de mojarse, aunque aún llovía. Irene levantó la cabeza, un paraguas verde la cubría por completo. El chico del paraguas se sentó junto a ella en el banco, sin decir nada. Irene entrelazó sus dedos con los del chico, se levantó y, con una sonrisa, empezó a bailar con él.

Insomnio

No puede dormir de noche. Camina por las calles buscando leones que la quieran hacer su presa, o gacelas que se dejen cazar por una leona hambrienta. Quisiera sentir mariposas en el estómago, pero hoy necesita sexo y lujuria en el baño de un pub o en la oscuridad de un callejón. Le encantaría volver a sentir sus labios en la mejilla, pero Elisa es realista y se gana la vida sin dormir.

Marina canta porque tiene hambre

En la ducha. En la cama. En el sofá. En la calle. En el coche. En la cocina. En el parque. Marina entona sintonías inventadas para olvidar el hambre, para no pensar en comida. Si le rugen las tripas, canta más alto hasta que deja de oírlas. Marina tapa las ventanas con cortinas y salta sobre los charcos de la acera para no reflejarse. No quiere verse. Siempre lleva un mechero encima, un trozo de papel y un bolígrafo. Escribe lo que quiere comer, lo arruga y lo prende fuego. Marina quiere ser como las modelos, por eso canta, salta y prende fuego.

Sonrisas, miradas y camisetas blancas que no tapan nada.

Siempre dices lo primero que se te pasa por la cabeza. Sonríes con tantas ganas que me haces reír a mi también. Y te sientas sobre la mesa vestida únicamente con una camiseta blanca que deja ver casi el final de tus muslos. Entonces es cuando me miras mordiéndote el labio y con destellos de lujuria en los ojos, como diciendo fóllame. Y lo hago, ahí sobre la mesa y con tu camiseta blanca, te follaría siempre y no me cansaría.

Nieve

Nieva, y mi corazón se congela. Me hago pequeñita y vuelo con los copos, bailo entre ellos y me dejo llevar por el viento. Quizá el aire me lleve a algún lugar calentito y reconfortante, a lo mejor me mete en una cama cubierta de muchas mantas que me aplasten hasta que se vaya el frío. Puede que me lleve a una playa tropical a tomar el sol o a una casita en la montaña con una chimenea gigante en la que derretir la nieve. Tal vez me lleve a tu corazón, seguro que no está helado como el mío, para que me abriguen tus latidos y aunque nieve, no tendré frío.

Peces de colores

El acuario de Irene está lleno de peces de colores. Le divierten las burbujas, aunque no recuerda por qué. Tampoco recuerda que no hay día que no baje al parque, camina un par de veces y baila mirando a las nubes. Mientras gira sobre sí misma dedica mil sonrisas al chico del cuaderno verde. Siempre que le ve piensa que debe oler a nata y a nueces acorde con su colonia de melocotón, pero nunca se acuerda. La memoria de Irene es corta como la de los peces de su acuario.

20:30

Ocho y media. Ismael llama a la puerta. Abre una chica rubia, vestida con una camiseta que a penas le tapa los muslos. Le invita a pasar hasta la habitación. Allí juegan en la cama, bailan con el calor entre el sudor. Gritan y cantan hasta terminar sus ganas.
Ocho cincuenta y cinco. Ismael se viste mientras Elisa sigue desnuda en la cama. Deja el dinero sobre la mesilla y , antes de salir, se atreve a algo que lleva tiempo queriendo hacer. La besa en la mejilla, dejándola sola y sorprendida.