Paraguas de colores y mermelada de naranja

Oyes un pitido familiar. Abres un ojo y buscas la procedencia de ese ruido infernal. Ves los números brillantes de la pantalla del despertador, las siete y cuarto. Con un golpe seco paras el sonido, te metes entre las sábanas hasta cubrirte la cabeza e intentas rascarle minutos al reloj, robarle tiempo al tiempo. Te das cuenta de que es imposible y decides levantarte a duras penas. Sientes cómo el frío se te mete dentro al tocar el suelo con los pies descalzos, pero no te desagrada, caminas hasta el lavabo por el pasillo oscuro para lavarte la cara. Te miras al espejo y apenas reconoces a la persona que se encuentra al otro lado del cristal, las ojeras adornan tu rostro contorneando tu mirada, esa mirada que un día fue azul y hoy se tiñe de un gris apagado. Te metes en la ducha, te castañean los dientes. Te envuelves en una toalla roja y te secas mientras preparas el café. Miras por la ventana, llueve, aún no es de día pero ya hay gente en la calle, te pierdes entre las luces de los coches y los paraguas de colores. A lo lejos puedes distinguir el mar, y sientes unas ganas tremendas de caminar por la orilla y mojarte los pies. Enciendes un cigarrillo, veneno dulce que no puedes dejar, al menos no hoy. Lo dejas en el cenicero, el humo te inunda los pulmones y el sabor del café te abrasa la garganta, te encanta. Abres el armario, sacas unos vaqueros y una camiseta cualquiera y mientras te vistes sigues pensando en el mar. Te pones una chaqueta por si acaso, te gustan las tormentas de verano pero no los resfriados.
Aún tienes tiempo de llegar a trabajar, coges el cuaderno verde, los carboncillos y unos lápices de colores. Bajas corriendo las escaleras, sientes cómo la inspiración invade tu cuerpo desde los cordones de los zapatos hasta desbordarse por tus pestañas. Paseas sonriente por el paseo marítimo mientras el olor del salitre te muerde la nariz, te deshaces de los zapatos y de los calcetines, te arremangas los pantalones hasta las rodillas y te mojas los pies mientras el cielo en el horizonte comienza a teñirse de un tono naranja que te hace recordar a la mermelada de las tostadas que preparaba mamá por las mañanas. Abres el cuaderno verde y empiezas a dibujar, nadas con el grafito sumergiéndote en las historias que pintas en cada hoja. Tu mirada vuelve a pintarse de azul, aunque tengas que ir a trabajar, aunque huela a tormenta, aunque no puedas parar el tiempo.

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